lunes, 14 de junio de 2010

Fragmento de Memorias de un setentón.
De Ramón de Mesonero Romanos.
Entre tanto el nuevo rey José, a quien la voluntad soberana de su hermano había arrancado del solio de Nápoles (donde estaba por lo menos tolerado), para llamarle a servir de blanco a las iras, o más bien al menosprecio de los españoles, colocando sobre su cabeza el I.N.R.I. ignominioso, resignábase a tomar posesión de una corona que tan de espinas se le anunciaba; y adelantándose hasta la capital con fuerzas suficientes llegó a Chamartín el día 20 de julio, y en el siguiente hizo su entrada en Madrid, en medio del más profundo desvío de la población; contraste verdaderamente asombroso con la recepción hecha a Fernando el 24 de marzo. ¡Y las tropas francesas, que habían presenciado uno y otro suceso, mentalmente hubieron de compararle, y no dejarían de vaticinar las funestas consecuencias que de esta comparación se deducían!
Repitióse, pues, absolutamente y en términos idénticos el espectáculo que había ofrecido el pueblo madrileño en 1710, cuando por una de las vicisitudes de la guerra de sucesión hubo de penetrar en su recinto el odiado Archiduque de Austria. Pero, al menos éste, en su buen criterio, viendo el silencio de las calles, la ausencia absoluta de la población, y el desairado papel que le tocaba representar, tuvo la feliz inspiración de volverse desde la plaza por la calle Mayor, diciendo que Madrid era un lugar desierto; mas el pobre José, a quien estaba impuesta de orden superior la irrisoria corona, no pudo adoptar aquel partido, y entró en Palacio, si bien por entonces hubo de ocuparle muy contados días. El Ayuntamiento de Madrid y el Consejo de Castilla, cediendo al miedo más bien que a la convicción, dispusieron, sin embargo, que el próximo día 25, en que se celebra el Apóstol Santiago, se verificase la solemne proclamación de José, y se alzasen pendones por él en los balcones de la Panadería; ceremonia irrisoria, que se celebró en medio de la mayor indiferencia, ostentando el estandarte real el Conde de Campo Alanje, por haberse negado a ello y huido el de Altamira, a quien correspondía como alférez real.
¡Y en qué ocasión subía a la picota, más bien que al trono de las Españas, este desdichado! Cuando ya empezaba a extenderse el rumor de una gran victoria alcanzada por las armas españolas (la gloriosa de Bailén, librada el 19 de julio); rumores que, creciendo de día en día, alentaban el ánimo de los patriotas, al paso que acongojaban el de los pocos atribulados parciales del francés.
Pero estos rumores tomaron consistencia; la verdad se abrió paso, y adquiriendo el carácter de absoluta evidencia, infundió tal desconcierto y pavura en las huestes invictas de Austerlitz y de Jena, que apresuradamente se dispusieron a levantar el campo y abandonar con su rey José la capital del Reino, como así lo verificaron el día 1.° de agosto.


Batalla de Bailén
La victoria lograda por el general español Francisco Javier Castaños sobre el francés Pierre-Antoine Dupont en la estratégica localidad de Bailén permitió a los ejércitos españoles abrirse camino hacia Madrid, de donde hubo de salir el hermano de Napoleón I, José Bonaparte, quien había sido coronado rey de España por los invasores.

Motín de Aranjuez
Motín de Aranjuez, conjura aristocrática española manifestada en forma de movimientos populares violentos que tuvieron lugar desde la noche del 17 al 19 de marzo de 1808 en el Real Sitio de Aranjuez (con réplica en Madrid). Amparados en la situación internacional, en el clima de inquietud provocado por la invasión francesa, y alentados por rumores que aludían a la marcha de la corte a Andalucía (quizá a las Indias), los conjurados asaltaron el palacio del favorito y principal figura del gobierno, Manuel Godoy, al que se hacía responsable de todo, y a punto estuvieron de lincharle. Fraguado todo al calor del príncipe de Asturias —el futuro rey Fernando VII—, impaciente por reinar, el 19 de marzo Carlos IV tuvo que abdicar en su beneficio. En toda España se celebró la caída de Godoy y la exaltación del nuevo monarca.
Batalla de Vitoria
Batalla de Vitoria, combate bélico que tuvo lugar en las proximidades de la ciudad de Vitoria el 21 de junio de 1813, durante la guerra de la Independencia española, y que enfrentó a las tropas francesas del rey José I Bonaparte con las aliadas antibonapartistas comandadas por el general británico Arthur Colley Wellesley, luego duque de Wellington. A mediados de 1813, durante la última fase del mencionado conflicto, José I, el monarca impuesto por el emperador Napoleón I Bonaparte, hubo de huir de Burgos ante el avance de los ejércitos de Wellesley. El contingente francés, integrado por más de 54.000 hombres, acabó por ser alcanzado por los casi 80.000 soldados aliados, 20.000 de los cuales eran españoles, en tanto que 25.000 eran portugueses y 35.000 pertenecían al cuerpo expedicionario enviado por Gran Bretaña (enfrentada a Francia en las Guerras Napoleónicas) para ayudar a España y Portugal. Las tropas francesas se replegaron hacia el norte de la península Ibérica hasta llegar el 15 de junio de ese año a la ciudad alavesa de Vitoria. Seis días más tarde, tras un combate que produjo un reducido número de bajas en ambos contendientes y la desesperada huida francesa, el decisivo triunfo final de las fuerzas aliadas en las cercanías de la localidad alavesa obligó a José I Bonaparte a retirarse a Pamplona, donde en agosto de ese año sufriría una nueva derrota.
guerra civil(1836-1839)

Cronología: Francisco Franco
AÑO ACONTECIMIENTO
1892 Nace el 4 de diciembre, en El Ferrol (La Coruña).
1907 Ingresa en la Academia Militar de Toledo.
1912 Destinado a Marruecos, donde inicia su carrera de ascensos militares.
1923 Contrae matrimonio con Carmen Polo.
1926 Asciende a general de brigada.
1928-1931 Director general de la Academia Militar de Zaragoza hasta el cierre de ésta al inicio de la II República, decretado por el ministro de la Guerra, Manuel Azaña.
1934 Participa como asesor gubernamental en la represión de los actos revolucionarios de Asturias.
1935 Designado jefe del Estado Mayor.
1936 Julio: tras el inicio del levantamiento militar que origina la Guerra Civil, se une definitivamente a aquél desde su destino en Canarias y se hace cargo del Ejército de África.
Septiembre: es nombrado generalísimo por los sublevados.
Octubre: pasa a ser jefe del gobierno y del Estado (con mando en la zona rebelde).
1939 Finaliza la Guerra Civil con su triunfo. Comienza su dictadura y la política económica de autarquía.
1953 Firma del Concordato con el Vaticano, así como del tratado de cooperación con Estados Unidos.
1955 Ingreso de España en la ONU.
1956 Reconocimiento español de la independencia del territorio marroquí bajo su protectorado.
1959 Comienza a aplicarse el Plan de Estabilización, cuya intención era liberalizar la economía española y acabar con la autarquía.
1967 Promulgación de la Ley Orgánica del Estado.
1968 Independencia de Guinea Española, que pasó a denominarse Guinea Ecuatorial.
1969 Proclamación del príncipe Juan Carlos como su sucesor y reconocimiento de los derechos de Marruecos sobre Ifni.
1973 Sin abandonar la jefatura efectiva del Estado, nombra presidente del gobierno a Luis Carrero Blanco, el cual muere poco después en un atentado terrorista perpetrado por ETA y es sustituido por Carlos Arias Navarro.
1975 Fallece el 20 de noviembre, en Madrid.

1936 - 1975
Dictadura de Francisco Franco
El régimen político establecido en España por el general Francisco Franco y calificado indistintamente como dictatorial o autoritario ha sido dado en llamar franquismo. Vencedor de la Guerra Civil que él mismo había colaborado en provocar en 1936, Franco instauró tres años después sobre todo el territorio español un tipo de Estado radicalmente distinto al de la II República derrotada por sus ejércitos. El poder fue desempeñado personalmente por el jefe del Estado, de forma antidemocrática y con ausencia de la división de poderes y de libertades públicas. La dictadura llegó a su final con el fallecimiento del propio Franco, en noviembre de 1975. El inicio inmediato del reinado de Juan Carlos I trajo consigo la transición a la democracia, que supuso el retorno español al parlamentarismo y al disfrute de las libertades.
La revolución en la Guerra Civil española
El estallido de la Guerra Civil española, que tuvo lugar en julio de 1936 a raíz de la sublevación de parte del Ejército, se vio acompañado en el territorio leal al régimen constitucional republicano por la adopción de actitudes revolucionarias más o menos espontáneas. El historiador británico Ronald Fraser realizó un interesante ejercicio de historia oral en el que recogió la memoria de los protagonistas del trágico conflicto español. En el epígrafe del primer volumen de dicha obra titulado “Barcelona: la revolución”, un extracto del cual se reproduce aquí, aparecen testimonios socialistas, comunistas y anarquistas sobre la experiencia revolucionaria vivida en la ciudad de Barcelona desde el inicio de la guerra.
Fragmento de Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española.
De Ronald Fraser.
En las calles el fermento revolucionario era incesante, algo «alucinante, como un sueño». Así lo recordaba Alejandro Vitoria, tesorero de la juventud socialista, cuando le entrevisté.
«Todos nosotros, sin importar a qué organización pertenecíamos, sentíamos unas ganas tremendas de participar. No recuerdo exactamente cómo fue, pero el caso es que me encontré en una oficina de la Vía Layetana devolviendo boletos de empeño. Las mujeres obreras entraban sin parar, les poníamos el sello en el boleto y salían en busca de sus objetos, máquinas de coser principalmente. Fue un gran momento de mi vida. Me sentía muy feliz. Estábamos derribando los valores del capitalismo burgués...»
En la sede del sindicato cenetista de trabajadores de la madera se decía que el pueblo era el dueño de la situación, que ya era segura la victoria de la causa proletaria. Mientras escuchaba a sus mayores, el joven de 16 años Eduardo Pons Prades se le antojaba que de pronto era fácil alcanzar aquel mundo nuevo, aquel paraíso terrenal del que tan a menudo le hablara su padre. Bastaría con cambiar las banderas, entonar nuevas canciones revolucionarias, abolir el dinero, la jerarquía, el egoísmo, el orgullo; las columnas sobre las que se apoyaba el imperio del dinero. «No era yo solo, joven inexperto, quien así pensaba. Eran también los hombres, los militantes de la CNT que tanto habían luchado en la vida...»
Tampoco eran solamente los anarcosindicalistas quienes experimentaban la sensación de hallarse en plena sacudida revolucionaria. Narciso Julián, el ferroviario comunista madrileño, se sintió arrebatado por aquella oleada.
«Era increíble, era la prueba práctica de lo que uno conoce en teoría: el poder y la fuerza de las masas cuando se echan a la calle. De pronto todas tus dudas se esfuman, dudas sobre cómo hay que organizar a la clase obrera y a las masas, sobre cómo pueden hacer la revolución en tanto no se hayan organizado. De repente sientes su poder creador. No puedes imaginarte cuán rápidamente son capaces de organizarse las masas. Inventan formas de hacerlo que van mucho más allá de lo que jamás hayas soñado o leído en los libros. Lo que ahora hacía falta era aprovechar esta iniciativa, canalizarla, darle forma...»
Por toda la ciudad aparecieron banderas de color rojo y negro, pañuelos del mismo color, pancartas, eslóganes. Casi nadie llevaba sombrero y corbata y la burguesía salió a la calle vestida con la ropa vieja. El mono era la prenda del día. Para ir de un barrio obrero a otro hacía falta tener pases distintos; los militantes anarcosindicalistas que habían ocupado sus barrios no aceptaban más pases que los suyos propios. En el sindicato de trabajadores de la madera, a poca distancia del Paralelo, con sus music-halls, clubs nocturnos y bares, Pons Prades presenciaba cómo los hombres discutían sobre lo que había que hacer.
«“Oíd, ¿qué hay de toda la gente que trabaja en estos nidos de iniquidad?” “Tenemos que redimirla, educarla para que tenga la oportunidad de hacer algo más digno.” “¿Les has preguntado si quieren ser redimidos?” “¿Cómo puedes ser tan estúpido? ¿A ti te gustaría que te explotasen en un garito semejante?” “No, claro que no. Pero después de estar años haciendo la misma cosa, es difícil cambiar.” “Bueno, pues tendrán que cambiar. El primer deber de la revolución es limpiar el lugar, limpiar la conciencia del pueblo...” “¿Y qué me dices de los clientes?” “Oye, tú, ¿es que me has tomado por el profeta Isaías o tratas de llevarme la contraria?”...»
Los líderes libertarios catalanes (la federación local y el comité regional de la CNT) habían decidido, tras la oferta de poder que les hiciera el presidente Companys, que la revolución libertaria tenía que cederle el sitio a la colaboración con las fuerzas del Frente Popular con el fin de derrotar al enemigo. El dilema que se les planteaba (como más tarde escribiría García Oliver, justificando un resultado al que se había opuesto rotundamente) consistía en «colaboración y democracia» por un lado o, por otro, «revolución totalitaria, una dictadura de la CNT». Se había optado por lo primero, olvidando o descartando como muestra de retórica periodística el precepto que la víspera del levantamiento publicara su propio periódico, a saber: que sólo la revolución social podría aplastar al fascismo. Aunque no se notase inmediatamente, los líderes libertarios catalanes habían adoptado de hecho la misma postura que el partido comunista: colaboración, victoria en la guerra primero, «revolución» después... El verdadero dilema –revolucionario–, como pronto se vería, era el concepto equivocado que del «dilema» real tenían los libertarios.
Fuera, en las calles, lugares de trabajo y fábricas, se estaba haciendo la revolución. Recién salido de la reunión de la federación local que había determinado la elección libertaria, Félix Carrasquer, que acababa de ser nombrado miembro del comité peninsular de la FAI, regresó a su barrio de las Corts y se encontró con que la CNT lo controlaba.
«Aunque éramos antiautoritarios, de pronto nos convertimos en la única autoridad que allí había. El comité local de la CNT tuvo que hacerse cargo de la administración, el transporte, los suministros de víveres, la sanidad... en resumen, nos tocó dirigir el barrio...»
En seguida tuvo que poner manos a la obra. El principal hospital de maternidad de la ciudad estaba en su barrio y la Generalitat envió guardias de asalto a él con el fin de que llevasen a lugar seguro a las monjas que hacían de enfermeras en el hospital. A él acudió volando Carrasquer, tras haber llamado a todos los militantes armados de la CNT que había en el barrio y decirles que hicieran bajar a las monjas de los autobuses a punta de fusil y las obligasen a volver al hospital.
«No iba a permitir que 2.000 recién nacidos se quedasen sin que nadie cuidara de ellos. “Estas monjas sólo saldrán de aquí cuando haya enfermeras que las sustituyan.” Que yo supiera, bien podrían ser falangistas, pero tenían que continuar trabajando...»Se hizo cargo de la administración del hospital. No le disgustaba haber abandonado el comité peninsular de la FAI, donde «cada quisque hacía lo primero que se le ocurría, sin ninguna orientación; la misma falta de siempre». Era maestro en una escuela libertaria de su barrio y ahora se instaló en lo que antes era el cuarto del cura del hospital. De noche, desde su cuarto, oía rezar a las monjas. Se reía. Un libertario con otro temperamento tal vez hubiese mandado fusilarlas, pero él sabía que no eran más que unas infelices...
A cada día que pasaba, la ciudad caía más bajo el control de la clase obrera. El transporte público funcionaba, las fábricas trabajaban, las tiendas estaban abiertas, los abastecimientos de víveres llegaban sin novedad, el teléfono funcionaba también, el suministro de agua y gas igualmente, todo ello organizado y llevado, en mayor o menor medida, por los propios trabajadores. ¿A qué se debía que así fuera? Los principales comités de la CNT no habían dado ninguna orden en tal sentido.
Fuente: Fraser, Ronald. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros. Historia oral de la guerra civil española. 2 vols. Barcelona: Editorial Crítica, 1979.

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